lunes, 1 de junio de 2009

Cuando el despertador no suena

El día once de diciembre las cosas parecían normales y, sin duda, lo serían:



Era un día de frío, pero el despertador no se enteró y soltó su estrépito a la misma hora que todos los días, más o menos fríos… más o menos templados. Desde la cama ya notó que el día era el más frío de aquel otoño que ya rozaba con el gélido invierno de aquel rincón del territorio Cazarabet. Los pies se posaron sobre la alfombra colorista, pero enseguida notó una especie de frescor, recurrente y punzante. Mandela, el perro pastor vasco, empujó la puerta y con su particular truco accionó el picaporte. Entró, saludó con el hocico mientras Matías se lavaba la cara y se sentó en actitud contemplativa. Si bajo aquel pelaje tenía frío no lo demostraba, Mandela era un tipo duro. En la enorme cocina que hacía las veces de comedor ya estaba Micus, el gato más felino, bajo la estufa… cualquier día lo encontraríamos hecho carbonilla. Matías almorzó un buen tazón de leche y unas rebanadas de pan con aceite y miel. Luego puso agua en el fuego para hacerse su infusión de té de roca. Miró por la ventana, las luces de la madrugada se resistían a desperezarse…había mucha bruma y del suelo parecían salir unas columnas de humo. Se puso el chaquetón y empezó a realizar las tareas de todos los días… Mandela lo acompañaba, pero Micus estaba entre su capazo y la estufa… bonita manera de pasar el día.



Cuando la mañana se había levantado, Matías se sentó en el porche a tomar una fruta, contemplaba el día y presagió más frío. Mandela estaba estirado pero no perdía de vista a Matías…éste se levantó: avivó el fuego de la estufa y puso la olla de barro a cocer. Cogió algunas sobras del día antes y se dispuso a visitar el corral de animales variopintos. Cuando llegó el turno de las gallinas, éstas se abalanzaron presurosas a la comida y Matías al rincón donde ellas depositaban los huevos. Se quedó sorprendido…aquel era un buen día. La cesta quedó repleta y se la acercó al cuerpo como si quisiese acunarla para proteger los huevos… era una docena de huevos dorados. Mandela los miraba, quizás también sorprendido. Entonces Matías tropezó y un huevo salió volando del cesto… Mandela dio un brinco espectacular, digno de un día en el circo, atrapó el huevo con la boca, pero cuando sus cuatro patas ya eran parte de la gravedad la yema estaba entre sus dientes y la clara chorreaba. Matías no quería reírse por no importunar a Mandela. El perro como si nunca hubiese roto un huevo en su vida, depositó la yema ante los pies de Matías. Movió la cola como si hubiese hecho una gran proeza y se encaminó alegremente en dirección a la casa. Bueno, seguía siendo una buena cosecha… aquel día once de diciembre Matías llevaría a casa once huevos…si conseguía llegar.

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