Thelma Gómez Durán.
Cinco minutos fueron suficientes para que su nombre se conociera en el mundo. Ni siquiera los 23 años que formó parte de la organización Greenpeace le dieron tanta fama. Juan López de Uralde pasó a la historia por burlar las medidas de seguridad del Palacio de Christiansborg, en Copenhague, y colarse a una cena de gala que tenía como invitados a más de un centenar de jefes de Estado.
La cena era presidida por la reina de Dinamarca, Margarita II. Ahí, frente al presidente de Francia, Nicolas Sarkozy; al primer ministro británico, Gordon Brown; a la canciller alemana, Ángela Merkel; a los presidentes de España, José Luis Rodríguez Zapatero; de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, y de Venezuela, Hugo Chávez, Juan López de Uralde y su compañera activista, la noruega Nora Christiansen, desplegaron un par de pancartas en las que se leía: “Politicians talk. Leaders ACT” (Los políticos hablan. Los líderes actúan).
Fue la noche del 17 de diciembre de 2009. Sólo faltaban 24 horas para que terminara la Cumbre de la ONU sobre Cambio Climático en Copenhague. Para entonces ya se sabía que la reunión pasaría a la historia como un fracaso, por no lograr un acuerdo para combatir el cambio climático.
Por su protesta, Juan López de Uralde y cuatro activistas más fueron a dar a la cárcel durante 20 días. Se les acusó de hacerse pasar por una autoridad pública, falsedad documental y acceder de forma ilegal.
Juan López de Uralde ingresó a Greenpeace en 1987. Ahí ocupó varios cargos; el último fue como director de Greenpeace-España. Justo cuando su nombre ya tenía fama mundial, renunció a Greenpeace, el 31 de agosto pasado. ¿El motivo? Crear, con otros ecologistas, el primer partido político verde en España.
El primer paso ya lo dieron: formaron la fundación Equo.
—Su nombre se conoció por arruinarle la fiesta a la reina de Dinamarca, ¿volvería a hacerlo?
—Bueno, no por arruinarle la fiesta a la reina, sino por hacer una protesta ante más de 100 jefes de Estado. Lo que se buscó fue denunciar que, después de años de preparar un acuerdo que pusiera freno al cambio climático, los jefes de Estado habían fracasado.
—Y, ¿volvería a hacerlo?
—Millones de personas se sintieron representadas en esa protesta. Hicimos lo que teníamos que hacer. Después de cada cumbre fracasada, debería de haber una acción pacífica que pusiera de manifiesto este fracaso. Por ejemplo, con la Cumbre de los Objetivos del Milenio (realizada en septiembre pasado) de nuevo se habló de fracaso. Me hubiera gustado ver una acción de denuncia para que estas cosas no pasen desapercibidas. En ese sentido, sí volvería a hacerlo.
—¿Qué piensa de estas cumbres mundiales? ¿Ya perdieron fuerza? —Pareciera ser que sí. El proceso para llegar a un acuerdo global contra el cambio climático comienza en la Cumbre de Río, en 1992. A pesar de que llevamos 18 años con el compromiso de los jefes de Estado de hacer frente al cambio climático, las emisiones (de gases de efecto invernadero) no paran de crecer. Desde que entramos al siglo XXI, el aumento de las emisiones se ha multiplicado por tres. Los jefes de Estado acuden rápido a resolver los problemas económicos creados por las entidades financieras, pero no son capaces, después de casi 20 años, de hacer frente a los problemas que tiene la Tierra, y eso es mucho más grave.
—¿En Copenhague decidió dejar Greenpeace y dedicarse a la política?
—Antes de la cumbre ya lo había decidido. Consideraba que ya era tiempo de hacer otras cosas, pero no había decidido qué. Con el tiempo vi que la ecología política es una asignatura por construir y me parecía que ahí había un trabajo por hacer. A eso decidí dedicar mis esfuerzos.
—¿Ecología política?
—Ecología política es el planteamiento que trata de utilizar la política para llevar los principios ecologistas a las instituciones, que esos principios impregnen el conjunto de la geopolítica del país.
—¿Qué es Equo?
—Es una fundación que pretende llevar la ecología política y la equidad social al centro del debate internacional y político en España. Es un intento de generar una plataforma de política verde que alcance la misma relevancia que tienen los partidos verdes en el resto de Europa.
—¿Por qué el lema “sustentabilidad ambiental y justicia social”?
—Nosotros entendemos que estos temas tienen una causa común: la destrucción ambiental y el modelo económico por el cual 20% de la población mundial consume 80% de los recursos naturales; mientras que el otro 80% de la población difícilmente tiene acceso a una parte de esos recursos. Los dos elementos tienen una causa común: un modelo que se basa en el crecimiento continuado sobre una base cívica que es chiquita e insostenible. Estas dos ideas nos llevan a buscar un modelo diferente. No sabemos cuál es ese modelo, pero sí creemos que hay que avanzar hacia una nueva era poscapitalista.
—¿Funcionaría un partido verde en España?
—Estoy convencido de que sí. En países como Alemania, los verdes mueven más de 20% del voto. Los partidos verdes europeos se mueven por arriba de 10% del voto.
—¿Se mira como futuro presidente de España?
—No es ese el planteamiento. Nos interesa la influencia en las políticas, más que el poder. Aunque, desde luego, si alcanzáramos la posibilidad de entrar a las instituciones, desde luego, lo valoraríamos.
—¿Conoce al Partido Verde Ecologista de México?
—No, no lo conozco.
—¿Existe una moda verde? Muchas empresas han tomado lo “verde” como parte de su publicidad, y en realidad son muy contaminantes.
No creo que exista una moda verde. Creo que existe una verdadera preocupación de los ciudadanos por la progresiva destrucción de nuestro medio ambiente. Y sí, (de algunas compañías) hay un lavado de imagen y eso hay que denunciarlo y exponerlo, contraponiéndolo con la verdad de cómo actúan las empresas. Es una práctica que debe ser perseguida, porque sólo engaña a la opinión pública y al consumidor.
—¿Qué opina de Al Gore?
—Al Gore logró llevar el tema (del cambio climático) a niveles a los que no se había llegado. Pero me parece que se quedó a mitad de camino. Creo que debió haber seguido y trabajar mucho más con las bases ecologistas de los diferentes países para conseguir que el movimiento contra el cambio climático se fortaleciera.
—Cuando se encuentra con alguno de los escépticos del cambio climático, ¿qué les dice?
—Que son unos irresponsables, que lo que hacen es un auténtico crimen contra la humanidad. Ellos saben que no están manejando los datos reales que la ciencia maneja, que lo único que pretenden es servir a los intereses de las empresas de los combustibles fósiles.
—En su libro “La venganza de la Tierra”, el científico inglés James Lovelock dice que la única forma de frenar el cambio climático es usando energía nuclear. ¿Qué opina?
—Que es totalmente erróneo. Lovelock es un autor que ha dicho muchas verdades, pero también ha cometido grandes errores. Uno de ellos es su apoyo a la energía nuclear. La energía nuclear, en este momento, sólo produce 5% del total de la energía que la humanidad consume y sólo puede producir muy poquito más, entre otras cosas, porque las reservas de uranio globales, según la propia industria nuclear, sólo darían para 80 años. Por lo tanto, la energía nuclear no es ni será una alternativa real a la actual crisis energética.
—¿El cambio climático se está convirtiendo en el villano favorito?
—El cambio climático, indudablemente, está incrementando el número de catástrofes naturales que estamos viviendo en el planeta Tierra. Eso no quiere decir que cada una de las catástrofes naturales sea consecuencia del cambio climático, pero sí que la frecuencia es mayor y, por lo tanto, es un elemento a combatir y a poner en consideración. Lo que más me alarma no es que se achaque todo al cambio climático, sino que no se hace nada. Todos sabemos las consecuencias del cambio climático, de su gravedad, sin embargo, las emisiones no paran de aumentar.
—¿Lograr un acuerdo internacional para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero se convirtió en una utopía?
—El problema es que estamos viendo una escalada mayor de poder de las corporaciones y una reducción de poder de los gobiernos. Esta realidad hace cada vez más difícil que los gobiernos puedan poner coto a los desmanes ambientales. En el pasado ha habido acuerdos internacionales —por ejemplo, para proteger la capa de ozono— que han sido muy efectivos. Sin embargo, en la actualidad el poder corporativo impide que se avance en un acuerdo contra el cambio climático. Los gobiernos tienen que retomar el control de la situación; dar un puñetazo en la mesa y obligar a reducir las emisiones a través de un acuerdo internacional. Si no lo hacen, es que no hay voluntad política.
—¿Qué deben hacer los ciudadanos?
—Los ciudadanos tenemos que continuar presionando, demandando a los gobiernos —de todos los niveles— y a los líderes mundiales. Para que se den los cambios que son necesarios —como el cambio en el modelo energético, en el transporte, en el urbanismo, en la preservación de los espacios naturales— se necesita presionar desde abajo, a nivel local. Sólo así la sustentabilidad estará en la cultura política de nuestros países.
—¿Cómo mira la próxima cumbre que se realizará en Cancún, la COP16?
—Con un cierto grado de indignación. Me parece que la comunidad internacional ha dejado pasar otro año. Pareciera que existe una especie de consenso para que en México tampoco se llegue a ningún acuerdo.
—¿Qué piensa del papel que realiza México como país anfitrión de la COP16?
—Creo que hay un abismo entre el discurso del gobierno mexicano, sobre la importancia de la cumbre, y la realidad en su política doméstica, la cual va en el sentido de aumentar las emisiones (de gases de efecto invernadero). Hasta donde conozco, no se están dando los pasos necesarios para, por ejemplo, hacer un cambio drástico en la política energética, un cambio que mueva a México hacia las energías renovables, un campo donde, por cierto, su nación tiene un gran potencial. Y las energías renovables no sólo generan energía, sino también empleos e industrias; ingresos para un país.
—Ante los fracasos internacionales, ¿no se corre el riesgo de que el término “cambio climático” se convierta sólo en una frase más?
—Sí es un riesgo. De ahí la urgencia de avanzar. En esta ruta de cumbres fracasadas, la gente mira cada vez más a estas reuniones con mayor lejanía y con mayor escepticismo. Esto es dramático, porque no hay alternativa a un acuerdo multilateral. La solución del cambio climático no va a venir del Grupo de los 12 ni del Grupo de los 8 o del Grupo de los 20; tiene que venir del conjunto de los países.
—Si usted asistiera a la Cumbre de Cancún y decidiera “colarse” a una cena de gala organizada por Felipe Calderón, ¿qué frase llevaría la pancarta que desplegaría?
—Todavía no tengo decidido si iré o no a la Cumbre de Cancún, porque realmente estoy un poco cansado de la falta de acción real en estas reuniones internacionales. Pero en caso de que asistiera y si llevara una pancarta, diría algo así como: “Han pasado 18 años, ¿qué están esperando?”.
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